Sobre mesas aleccionadoras
“Lo que buscas, te está buscando”
Rumi
Hace algunos días, cuando el clima aquí en Alemania aún era benevolente (hoy alcanzamos 12 °C), mi prima estaba sentada en el balcón, mientras su teléfono y una libreta reposaban sobre la mesa blanca de metal. Me acerqué con la taza de café. Desde mi balcón se puede observar buena parte de Ulm, se ven las luces de carros en miniatura en continuo desplazamiento, las faldas de las montañas, Michelsberg y Safranberg, aun verdes. El cielo inmenso y despejado, cubriéndolo todo. Permanecimos en silencio unos minutos, yo de pie sosteniendo mi café, ella seguía sentada junto a la mesa, hasta que intervino: “Mi tía me dijo que esta mesa tiene una historia, ahora tengo curiosidad, ¿Será que me la cuentas?” Su petición me sacó una sonrisa, allí estaba mi mesa de nuevo, buscando protagonismo. Tomé otro trago de café, lo dejé en la mesa y procedí a armar rápidamente la historia, sin perder detalles, para que la lección que recibí conservara la sustancia que ahora me animo a entregarles.
Hace ocho años viví en Lingen, una pequeña ciudad al norte de Alemania, muy cerca de la frontera con Holanda. Había obtenido una posición para trabajar como pediatra, en el único hospital de esa ciudad. Conseguí un apartamento justo frente al hospital. Nunca había vivido tan cerca de mi lugar de trabajo, y yo que amo dormir, agradecí esa mínima distancia. El apartamento era cómodo, tenía lo esencial para que una persona se sintiera a gusto. Un balcón que por suerte estaba ubicado en la parte lateral, así que no contemplaría el hospital durante las merecidas pausas de cualquier vida privada extrahospitalaria. El lugar en el que vivía anteriormente no tenía balcón, así que al mudarme no contaba con ningún mueble para ese espacio. Se acercaba el verano y me pareció buena idea hacer de ese lugar un rinconcito mas acogedor. Revisé en internet, pero nada me convenció. Visité Münster, una ciudad cercana a Lingen. Allí busqué algo que pudiera encajar con las dimensiones del balcón, no tuve mucha suerte. Ya un poco antes de regresar, entré en una tienda, y allí justo al fondo, estaba una mesita blanca de metal, las dimensiones eran perfectas, además se podía plegar. Era liviana y estaba en oferta. Era la mesa que necesitaba, había sido amor a primera vista, sin duda. Pero su traslado hasta el destino definitivo, mi balcón, resultó verdaderamente tortuoso. No la podían transportar a Lingen, porque su costo no justificaba el traslado, incluso si yo la compraba al precio original. En algún punto, tuve la impresión de que el empleado de la tienda, en lugar de querer venderla deseaba retenerla. A todas mis propuestas, decía “No” casi de forma instantánea. Intenté dar varios pasos sosteniendo la mesa plegada y de verdad era absurdo que yo caminara con aquello por la ciudad, parecía aún más descabellado que la subiera conmigo a un tren. Yo no tenía amigos con carro que la pudieran sacar de allí, así que esa opción tampoco debía ser considerada. Pregunté si era la última y para hacer redonda la escena y acentuar el drama, la respuesta fue afirmativa. Así que mi amor por aquella mesa duró apenas unos minutos. El empleado me dijo que era de la colección pasada, que quizás podría encontrar alguna en la tienda online, pero que seguro había cientos de mesas parecidas en internet.
Abandoné aquella tienda con un dejo de tristeza, me fui arropada por el manto de la frustración, seguí caminando por la ciudad y luego me sentí tan tonta. ¿Desde cuándo insistía yo de esa manera en obtener algo material? ¿Qué tenía esa mesa que no tuviera cualquier otra? ¿Era tan importante el balcón? ¿No aparecería luego otra mesa más bonita e incluso a mejor precio? Me sentí ridícula, muy ridícula, al recordarme caminando por la tienda con la mesa bajo el brazo. Regresé a casa, por supuesto, busqué en la tienda online y ya esa mesa ni ninguna otra parecida estaba disponible, tiempo después la idea de ambientar el balcón se disipó. Estuve varios meses más en Lingen, pero hubo otro cambio laboral repentino que me obligó a mudarme al sur de Alemania, específicamente a Langen, muy cerca de Frankfurt. Otra vez comenzaría la pesadilla de embalarlo todo, nuevamente me tocaría planificar una mudanza.
Recuerdo perfectamente el día que visité el que sería mi hogar en Langen, durante cuatro años, mi refugio durante la pandemia. Era cómodo y muy bien iluminado, tenía todo lo que necesitaba para vivir tranquila. La inquilina me mostró con amabilidad la distribución de los espacios, me explicó que la puerta del baño era más pequeña de lo normal y que la estufa de los vecinos del piso de abajo, sería muy beneficiosa en invierno porque terminaría calentando toda la casa. Recuerdo que caminamos por el pasillo dos veces y nos detuvimos en el salón, cuando íbamos camino a la cocina me dijo: “Ah! casi olvido el balcón, ven y te lo muestro” así que nos acercamos juntas hasta allí. “Es bastante grande y cómodo. Esta mesa y la silla, te las dejo, son tuyas. La silla ya tiene bastante tiempo, pero la mesa es nueva, debe tener menos de un año. ¿Te gusta? Si no te gusta me lo dices, para ofrecérsela a alguien más.” Yo seguía en silencio detallando la mesa, la tocaba, la observaba con detenimiento. Esa mujer no sabía nada de lo ocurrido, sonreí y le di las gracias, le dije que estaba muy bonita, que me quedaría con ambas. No le expliqué que esa era exactamente la misma mesa (no una parecida) que se me había resistido, o la mesa que yo había abandonado en la tienda en Münster, meses atrás. No le dije nada de mi historia de amor fugaz con aquella mesa, su mesa, ahora finalmente, mi mesa. Acordamos el día de la mudanza, nos despedimos y regresé a Lingen.
Ya habiendo transcurrido varios años de esta historia, todavía me sorprende y me hace sonreír. Ahora vivo en Ulm y la mesa sigue aquí conmigo, ha resultado muy resistente; de seguro todavía le quedan más años de vida útil. Para algunos será tan solo una simple mesa, una casualidad, para otros un ejemplo concreto de las muchas formas que tiene el universo de entregarte lo que andas buscando. Solo espero haber aprendido la lección, y nunca más complicar o forzar el camino entre lo que busco y lo que me está buscando, las otras mesas que están por ahí en cualquier rinconcito del mundo, esperando por mí.
María Auxiliadora Miranda-García